Bernardino Sanabria y familia.
Bernardino Sanabria y familia.
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A mi padre

Homenaje del periodista Bernardo Sanabria a su padre Bernardino.

Por Bernardo Sanabria

@BERNARDOSANABRI

En uno de esos acalorados cubrimientos periodísticos que adelanté por estos días en el convulsionado municipio de Malambo, maltratado no solo por la pobreza, los vendavales y los cobradiarios, sino también por la violencia que cobró la vida de una joven inocente de 16 años, terminamos con mi equipo de trabajo la emisión de la mañana y nos fuimos a desayunar a una empresa de transporte urbano, Sobusa, al lado de conductores que frente al timón son serios y a veces malhumorados, pero fuera de sus vehículos son bien distintos.

A esa empresa llegó mi papá, Bernardino Sanabria, después de conseguir su pensión tras veinte años en la Policía Nacional, convencido de que con el dinero que le daba esa institución no le alcanzaría para sacar adelante a una familia con hijos que ya se perfilaban en la vida académica.

Bernardino Sanabria

Eso lo llevó, guiado por mi abuelo, a convertirse en emprendedor, término de moda que desde hace varias décadas nuestros progenitores aplicaban, con una buseta urbana afiliada a Sobusa. En los asientos y el pasillo de ese "carro", como lo llama mi papá, están fijados mis más preciados recuerdos de infancia y  juventud.

Con mi hermano menor, Leonardo, a quien le decimos Leo de cariño, disputábamos los fines de semana o en las vacaciones quién acompañaba a mi papá en los recorridos a bordo de la 242, número interno con los que se identifican los buses en Sobusa. Recuerdo que mis amigos del colegio La Salle viajaban con sus padres en autos pequeños, por lo que para mi era un privilegio transportarme con mi padre y mi abuelo en un "gigante" de 30 puestos. 

​​​​Bernardo, Abelardo y don Bernardino cargando a su nieto Santiago

Don Bernardino nos enseñó que cuando es hora de comer es a comer, sentados a la mesa y sin dejar alimentos; nunca nos puso una mano encima, no había necesidad, y no precisamente porque fuéramos unos ángeles caídos del cielo, sino porque su mirada de ojos verde claro, grandes y expresivos, comunicaba una probable cita con Martín Moreno, nombre que toma la correa en tiempos de desobediencia.

Mi padre enseñó a sus tres hijos el valor de ahorrar, asignatura que algunos tenemos pendiente y otros ganaron con honores. También el respeto por nuestros mayores y a pedir la bendición, una despedida tan poderosa que generaba admiración entre mis compañeros de universidad y que nos hacía devolver del lugar que fuera si habíamos salido de casa sin solicitarla.

A mi padre le debo ser el hombre que soy, su caminar es más lento, pero sus ojos siguen siendo igual de nobles. Tiene hoy 82 años y mantiene la misma templanza cuando habla con autoridad y cariño. Es verdad, ya no corremos hasta el parque Almendra desde el barrio Lucero que nos vio crecer,  ya se sienta a esperar Noticias RCN para ver a su hijo, a que lleguen sus nietos y lo hagan reír, ya disfruta su vida de pensionado, pero dicta cátedra de lo que es una existencia plena desde su nueva mecedora gris. Él es el culpable de que sus hijos sean buenos profesionales en sus ramas. Solo puedo decirte, Gracias Pa.

Leonardo y Leonardo David, hijo y nieto de Bernardino

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